viernes, 5 de octubre de 2012





Salmo 23. “El Señor es mi pastor”.

Es bueno saber, de modo tan cierto como sabía David, que pertenecemos al Señor. Hay una noble nota de confianza en esta frase. No hay un «si» ni un «pero», ni tampoco un «espero»; sino que dice: «El Señor es mi pastor.»

Hemos de cultivar el espíritu de dependencia confiada en nuestro Padre Celestial.

La palabra más dulce de todas ellas es el monosílabo «mi». No dice: «El Señor es el pastor del mundo en general, y guía a la multitud de su rebaño», sino: «Dios es mi pastor»; aunque no fuera el pastor de nadie más, es, con todo, mi pastor; me cuida, me vigila y me guarda.

Las palabras están en tiempo presente. Sea cual sea la posición del creyente, ahora está bajo el cuidado pastoral del Señor.

El enemigo trata, al parecer, suavemente, para poder atraerte al pecado, pero al fin se portará de modo amargo. Cristo, verdaderamente, parece áspero, para mantenerte alejado del pecado, poniendo setos de espinos a la vera de tu camino. Pero El será realmente dulce si entras en su rebaño, incluso a pesar de tus pecados.

Es posible que ahora el enemigo te sonría de modo placentero mientras estás en pecado; pero tú sabes que será duro contigo al final.

El que canta como una sirena ahora va a devorar como un león al final. Él te atormentará y te afligirá y será amargo para ti.

Ven, pues, a Jesucristo; deja que Él sea ahora el pastor de tu alma. Y sabe que El será dulce al procurar guardarte del pecado antes que lo cometas.

Oh, que este pensamiento de que Jesucristo es dulce en su trato con todos sus miembros, con su rebaño, especialmente con los que pecaron persuada los corazones de algunos pecadores a que entren en su aprisco.